Como Afrontar La Muerte
El apoyo
psicológico de la familia y de los amigos es imprescindible para afrontar una
nueva etapa sin la persona querida, así como para aceptar una enfermedad
terminal o incurable.
Los psicólogos
insisten en que el silencio y la negación no es la solución para afrontar la
muerte. Por el contrario, lo importante ante una situación así es la
posibilidad de expresar los sentimientos, tanto del enfermo, como de los
familiares que han perdido a su ser querido. De esta manera, el proceso de
duelo permite una recuperación rápida sin riesgo a caer en depresiones.
Afrontar la muerte propia: Asegura
un antiguo refrán medieval que “sólo cuando aprendemos a vivir aprendemos a
morir”. Una frase cargada de filosofía que muy pocos ponen en práctica, tal vez
porque no saben cómo, y que choca con una realidad para la que, por mucho que
pensemos que la muerte es “ley de vida” y que “a todos nos llegará algún día”,
nunca estamos preparados del todo.
Afrontar la
muerte es difícil y más aún si se trata de la propia. Cuando el médico comunica
que el estado del enfermo es grave o terminal estado se entra en una fase de
shock que impide ser conscientes de lo que va a ocurrir. “Luego, piensas que
todo es una pesadilla y recurres a otro médico para obtener una opinión
contrastada. Si el segundo médico te confirma lo que dijo el primero, llega la
certeza y, poco después, la negación, un mecanismo de defensa que nos protege
durante el tiempo que necesitamos hacernos a la idea”. Los sentimientos de
quien conoce su final. Un momento, sin duda, crucial, que suele estar marcado
por la rabia, la tristeza, la resignación y la aceptación de un destino que no
hemos elegido y no podemos cambiar. “Todas las etapas son tristes”, “pero el
enfermo debe hablar de lo que siente, de lo que realmente le importa, y los
familiares deben decirle lo que sienten, a modo de despedida, para que ninguno
se quede con las ganas de expresar algo que luego ya no podrá decir”.
En su libro
‘Morir es nada’, el escritor Pepe Rodríguez explica que sólo “cuando se
adquiere conciencia de la propia muerte como algo más o menos inminente, se
acepta como un hecho natural y es entonces cuando cambia la forma de
relacionarse con la pareja, parientes y amigos”. En ese momento debemos
establecer con quienes nos rodean un “nivel de intimidad y cercanía” que nos
reporte la fuerza necesaria para afrontar la última etapa y apartar los temores
al sufrimiento, que suelen provocar mayor ansiedad y preocupación que la propia
muerte.
“Exteriorizar los
sentimientos y liberar la ansiedad permite adaptarse mejor a la situación”,
Considera Rodríguez. “La muerte es algo que puede y debe comprenderse y
aceptarse, pero esto sólo resulta posible emprenderlo y lograrlo en cada uno de
nosotros, en el fuero interno y mediante los propios medios. Si no se acepta
previamente la normalidad e incluso necesidad del hecho de la muerte, sin
importar la fórmula o convicción adoptada para ello, no podrá actuarse en
ninguna dirección razonable que permita poder afrontarla con serenidad y
madurez”, concluye.
Pérdida de un ser querido: Cuando
una persona está enferma, sobre todo en los casos terminales, no se sabe cuál
es la mejor opción, si decírselo o no. Los psicólogos constatan que en
ocasiones cuando una persona sabe que está enferma ésta se hace más fuerte y
aprovecha el tiempo que le queda de vida para estar con los suyos y hacer lo
que más desea, viajar, ver amigos etc. Pero también puede suceder que la
familia oculte el estado en que se encuentra. Se da entonces lo que se conoce
como ‘conspiración del silencio’, un proceso en el que quienes rodean al
paciente ya conocen el desenlace, pero evitan decírselo para no causarle un
mayor sufrimiento. Algunos expertos, como la psicóloga Julia López-Orozco,
aseguran que ésta no es la mejor decisión y defienden la importancia de que el
afectado sepa los detalles de su situación. “El mayor sufrimiento viene de la
mano de la conspiración del silencio. Los familiares piensan que si hablan de
lo que sienten y de su pena la persona va a sufrir más. Y el enfermo tampoco
habla de sus sentimientos y dudas porque cree que la familia ya tiene
bastante”, precisa.
Juanito
Domínguez, de la
Asociación Derecho a Morir Dignamente, explica que “si el
enfermo decide cómo quiere que se le trate en los momentos finales de su vida,
la familia debe respetar esos aspectos”, generalmente recogidos en el
testamento vital. Un documento que permite dejar sentado los tratamientos
médicos y cuidados paliativos que el paciente quiere recibir.
“Es importante
que la gente sepa que existe esta posibilidad –subraya Domínguez-. Los cuidados
paliativos son los que recibe un enfermo en fase terminal, pero no son sólo un
soporte terapéutico, sino también un soporte psicológico y espiritual, ya que
recogen un amplio abanico de medidas para que el enfermo terminal esté
acompañado en los últimos tres o seis meses de su vida”.
Por su parte, la
familia debe estar siempre al lado del enfermo para escucharle o respetar su
silencio, para hacerle saber lo importante que es para ellos sin que se sienta
“culpable” por marcharse y para ganar con él el tiempo que se perdió con
anterioridad: “Teníamos que ponernos al día de lo que habíamos hecho y sentido
en los últimos tres años, pero estábamos tan ocupados ambos que aplazamos lo
fundamental, disfrutar de la amistad, para volcarnos en lo accesorio, cumplir
con la vida profesional. Un error que, en este caso, ya no puede corregirse”,
reflexiona Rodríguez al recordar la muerte de un amigo.
La muerte como un proceso natural: Para aceptar la muerte cuesta tanto porque no se contempla como
parte del movimiento natural de la vida. “Nos parece que no podemos dominar la
vida porque no tenemos una educación de la muerte, sin embargo, asegura, no se
puede hablar de fracaso ante algo inevitable”.Se indica que no se nos puede
ocultar desde pequeños que la vida tiene un final. “Dentro del movimiento de la
vida están el nacimiento y el muerte, pero apenas se tiene información de la
muerte y cuando perdemos a alguien nos sentimos indefensos o descolocados y no
sabemos si lo que nos sucede es normal”, apunta la psicóloga.
Es conveniente
que los niños crezcan pensando que la muerte es algo natural, no como un tema
tabú, y que hablen de ella con sus progenitores con absoluta normalidad. Cada
pérdida debe servirles para reflexionar, ya sea la de su mascota o la de un ser
querido. Cuando se trate de una enfermedad, los pequeños deben estar al tanto
de lo que ocurre y tener la posibilidad de preguntar sobre ello.
No hay un buen o
mal momento para morir. Cuando llega la hora, todos, incluso los niños, deben
poder hablar del tema con naturalidad para afrontarlo con madurez y pedir el
apoyo que se necesite. Aunque temida, la muerte debe ser aceptada con serenidad
y dignidad, sin que se vea distorsionada como algo ‘simplemente’ doloroso.
“Tenemos que pensar que, en ocasiones, es un alivio para el enfermo que sufrió
en sus últimos días”,
El duelo: Una vez que la persona querida se ha
ido queda un inmenso vacío y un largo camino por recorrer: el duelo. “Nunca
acabamos de estar preparados para aceptar la muerte de una persona, sea una
muerte repentina o por enfermedad, pero en ambos casos debemos hacer un proceso
de duelo porque, si bien es muy traumático perder a alguien de repente de un
infarto o en un accidente, tampoco es fácil ver a quien queremos en el
transcurso de una enfermedad”.
De esta manera,
se destaca la importancia de buscar apoyo y saber que el trabajo del duelo es
necesario para “sanar” la herida: “Nadie puede hacer ese trabajo por nosotros y
no nos podemos hacer los duros porque luego sucederá otro episodio de crisis
que nos recordará lo que ocurrió y será peor. Ocultarlo no nos permite vivir
plenamente.
Debemos recorrer
el camino porque el problema del duelo es quedarse en el sufrimiento".
Lo habitual es
que tras la muerte de alguien muy querido se suela pensar que eso no ha
ocurrido y que todo es un mal sueño del que vamos a despertar. Más tarde, los
afectados se muestran enfadados, rabiosos contra todo y contra todos, a los que
culpan de la muerte, y, al final, sienten tristeza, miedo, lloran y se acusan
de no haber impedido la pérdida o no haber sido capaces de decir a quien se fue
lo mucho que se le quería.
A los seis meses
más o menos llega la soledad, una vez que la familia más lejana se distancia
para recuperar su vida normal. Sin embargo, el otro miembro de la pareja y los
hijos se quedan solos. “La familia empieza a alejarse y no es tan fácil
encontrar apoyo”, señala la psicóloga, quien reconoce que, “como mínimo, el
duelo dura un año”. Es posible que sea el año más complicado, en el que se
celebra el primer cumpleaños sin esta persona, las primeras navidades, el
primer otoño.
En este tiempo,
quienes han sufrido una pérdida no deben fijarse plazos para superarla. Deben
sentir dolor y manifestarlo, compartirlo con otras personas que han pasado por
la misma situación y aceptar que tal vez tengan que pasar tres años para
comenzar a recuperarse. La solución no está en automedicarse con
tranquilizantes y tampoco se debe descuidar la salud, sino marcarse un ritmo
diario con las horas necesarias de descanso y comidas.
En este sentido,
se explica que durante el duelo “el ritmo es más lento que el del resto”, pero
recuerda lo importante de ser paciente y darse permiso para disfrutar tras el
funeral, desaparición de su ropa y pertenencias, papeleo…. Finalizar el proceso
de duelo no significa olvidar a quien se fue, sino conseguir recordarle sin
sufrir y recuperar la atención hacia quienes siguen a nuestro lado y aún nos
necesitan. Es muy importante que los familiares, sobre todo los más cercanos al
fallecido, puedan entender esto para seguir con sus vidas sin ninguna culpa ni
remordimiento, evitando caer así en cuadros de depresión.
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