Desde hace mucho
tiempo he tenido la costumbre de que por las noches, casi para irme a dormir,
hago una revisión de todo lo que hice durante el día para analizar mi
comportamiento y los resultados obtenidos, todo esto con la finalidad de
preparar mi conducta para el día siguiente, y de ser posible programar actividades
y fijar metas para plazos mayores como son semanas o meses.
Para facilitar la tarea me ayudo de una libreta y
anoto la secuencia de las actividades del día que ha terminado y las califico
agrupándolas como satisfactorias, problemáticas y equivocadas; después repaso
mentalmente que ocurrió en cada caso y trato de identificar los aciertos y las
fallas, para incrementar los primeros y evitar la aparición de más errores en
situaciones venideras.
Este hábito me produce satisfacciones y sobresaltos;
veo con gusto lo acertado de mi conducta en algunas situaciones y los errores o
tropiezos que tuve en otras.
De cualquier manera, aunque los resultados de algunas
idas no sean muy agradables, hacer este análisis diario me reporta una amplia
satisfacción, porque estoy empeñado en hacer un buen esfuerzo para superarme en
todas las órdenes y papeles que desempeño cada día en los diversos ambientes
donde me desenvuelvo.
Después de hacer el análisis, reflexiono sobre las
situaciones anteriores y anoto los propósitos para el o los días siguientes, ya
sea para avanzar en el sentido correcto que indicó la experiencia anterior o
bien para reparar el daño hecho o las faltas cometidas.
El conjunto de propósitos y metas me ayuda bastante
para orientar mi comportamiento, buscar la superación personal y procurar
contribuir también, aunque sea modestamente, para el bienestar de mis
semejantes.
Hacer esto cotidianamente me ha dejado una enseñanza
importante: ¡Siempre hay algo que mejorar!
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