EN REALIDAD, ¿QUÉ DESEAMOS?
Cuando el hombre se cansa de sufrir es el momento ideal para despertar.
Buda dice: "El mundo está lleno de
deseos, que generan sufrimientos”.
La raíz del sufrimiento es el deseo. Si se
desea arrancar esa clase de dolor, se tendrá que arrancar el deseo."
La palabra "deseo", en español,
abarca deseos buenos, que son estímulos de acción, y deseos estériles, que a
nada conducen y son apegos.
La base del sufrimiento es el apego, el
deseo.
En cuanto se desea una cosa compulsivamente y
se ponen todas las ansias de felicidad en ella, uno se expone a la desilusión
de no conseguirla.
Donde no hay deseo-apego, no hay miedo,
porque el miedo es la cara opuesta del deseo, y es inseparable de él.
Sólo es eterno lo que se basa en un amor
libre de apegos.
Los deseos nos encarcelan en las celdas de
nuestros apegos y siempre nos vuelven vulnerables.
Donde hay verdadero amor no hay deseos y por
lo tanto no existe ningún miedo.
Si se ama de verdad sin los cristales de los
deseos, se vera a todos como son, y no como desearíamos que fuesen, y así se
amara con la libertad del desapego, sin miedo a que nos fallen, a que se
alejen, a que no nos quieran.
“Porque en realidad, ¿qué deseamos?
¿Amar a esa persona tal cual es, o a una
imagen que no existe?"
En cuanto podamos desprendernos de esos
deseos-apegos, podremos amar de verdad.
Las personas inseguras no desean la felicidad
de verdad; porque temen el riesgo de la libertad y, por ello, prefiere la droga
de los deseos.
Con los deseos vienen el miedo, la ansiedad,
las tensiones y..., por descontado, la desilusión y el continuo sufrimiento.
¿Cuánto dura el placer de creer que se ha
conseguido lo que se deseaba?
El primer sorbo de placer es un encanto, pero
va prendido irremediablemente al miedo a perderlo, y cuando las dudas se
apoderan de nosotros, sobreviene la tristeza.
La misma alegría y exaltación que se siente
cuando llega un ser querido, es proporcional al miedo y al dolor de cuando se
marcha... o cuando se espera y no viene, por lo tanto ¿Vale la pena? Donde hay
miedo no hay amor.
Tanto el Amor como el miedo son los dos
extremos equidistantes en la línea de la
Ley de la
Polaridad.
Van siempre juntos de la mano, son las dos
caras de una misma moneda.
Gracias al estudio y la posterior aplicación
de la ley de la Polaridad
se puede polarizar la situación cultivando su opuesto y ser libres de elegir
concientemente nuestras decisiones desde el sublime Amor y no desde el miedo
que genera el apego.
Cuando se despierta del sueño y se ve la
realidad tal cual es, la inseguridad termina y desaparecen los miedos, porque
la realidad siempre es y nada la cambia.
¿Qué hacemos cuando escuchamos una sinfonía?
Oímos cada nota, nos deleitamos en ella y la
dejamos pasar, sin buscar la permanencia de ninguna de ellas, pues en su fluir
está la armonía, siempre renovada y siempre fresca, en el amor, sucede lo
mismo.
En cuanto nos enganchamos con la permanencia
destruimos toda la belleza del amor.
No hay pareja ni amistad que esté tan segura
como la que se mantiene libre de apegos.
El apego mutuo, el control, las promesas y el
deseo, conducen inexorablemente a los conflictos y al sufrimiento y, de ahí, a
corto o largo plazo, a la ruptura porque los lazos que se basan en los deseos
son muy frágiles.
Sólo es eterno lo que se basa en un amor
libre de las ataduras del apego. Los deseos vuelven al hombre vulnerable.
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