En todo el planeta se escuchan historias sobre un mundo paralelo, habitado por seres semejantes a nosotros, pero que se dejan ver en contadas ocasiones. A veces se afirma que tal o cual humano ha estado allí: en la Tierra de la Eterna Juventud. Pero ¿se trata sólo de un mito o realmente existen los universos paralelos y las puertas de acceso que únicamente descubren unos pocos privilegiados?

Sin duda, el hecho de que se tratara de un hombre culto y de éxito social otorga especial interés a sus afirmaciones, puesto que en su caso debemos descartar que éstas respondieran a la voluntad de obtener el reconocimiento público de sus méritos. Semejante relato sólo podía dañar su reputación adhiriéndole la etiqueta de mitómano extravagante. Sin embargo, según su propio testimonio, en una ocasión se vio envuelto en una serie de acontecimientos misteriosos, que muchos autores no han dudado de calificar de acceso a una “discontinuidad en la trama espacio-temporal”: una rotura en el tejido dimensional que le habría llevado a un mundo paralelo. Y, en cualquier caso, incluso si es del todo escéptico respecto a esta posibilidad, hay que reconocer que Erceldonne debió estar muy convencido para arriesgar su impecable fama comunicando estas experiencias.
Cierto día, mientras paseaba por los bosques de Huntlybank, próximos al célebre monasterio escocés de Melrose, Tomás vio llegar a una hermosa mujer montada a caballo. Impresionado en un primer momento por la belleza de la dama, no tardó mucho en reponerse y comenzar a cortejarla. Ella contestó a los requerimientos advirtiéndole que, si accedía a sus pretensiones, debería convertirse en su esclavo. Lo que hasta el momento era una escena bucólica se convirtió repentinamente en un suceso extraño e incluso aterrorizante.
La mujer cambió de aspecto instantáneamente para transformarse en una anciana deforme. Tomás no se echó atrás. Estaba profundamente impresionado por el primer aspecto de la interlocutora y afirmó, como hipnotizado, que no le importaba. La mujer le instó a que le siguiera. Entonces, se introdujeron en una gruta y comenzó un viaje delirante entre tinieblas y sonidos anómalos.
Al cabo de lo que parecieron tres jornadas, salieron a un jardín de increíble belleza. Su guía había recuperado sus primeros rasgos, e incluso había ganado en hermosura y juventud. Quiso probar unas manzanas, pero ella no se lo permitió. Después llegaron hasta una mansión palaciega donde estaba preparada una gran mesa. Los comensales bailaban de tres en tres y el poeta gozó de innumerables placeres y diversiones.
Así transcurrieron los días, hasta que la mujer le indicó que debía abandonar el país. Cuando su anfitriona le preguntó cuánto tiempo creía haber permanecido allí, Tomás le contestó que unos siete días. Ella, sin embargo, afirmó que habían transcurrido siete años.
En un instante volvió a estar en el bosque. La mujer se despidió de él y le dijo que le otorgaría el don de “una lengua que no podía mentir”. No pocos problemas le causo aquel regalo, que a menudo le puso en evidencia, ya en nuestro espacio-tiempo, frente a la Iglesia y el propio Rey. Todo lo que afirmaba Tomás de Erceldonne, llamado “el Verídico”, resultaba ser cierto inexorablemente.

Es elocuente observar que mientras en el pasado estos relatos comunicaban una experiencia inexplicable y considerada imposible a la luz del conocimiento contrastado, en nuestro siglo la moderna física teórica ha descubierto una legalidad cósmica que no sólo nos permite explicar el mecanismo que haría posible la existencia efectiva de estos universos paralelos, sino también la coherencia de los viejos relatos al señalar dónde podrían situarse las puertas de acceso a esos mundos; es decir, si para la ciencia del siglo XIX semejantes afirmaciones debían ser descartadas como fabulaciones o delirios, para la de nuestros días la respuesta tajante a la pregunta de sí esto es posible, es… ¡sí!
Ni siquiera tendríamos que abandonar nuestro Universo. Tiempo y movimiento están interrelacionados. Una de las conclusiones más sorprendentes de la teoría de la relatividad de Einstein es la conocida como “dilatación temporal”, según la cual para alguien que se moviera mucho más rápidamente que un observador (en reposo relativo respecto a ese ente en movimiento), el tiempo transcurriría más lentamente. Esto ya ha sido demostrado. Un avión sincroniza relojes muy precisos en su interior con los de tierra antes del despegue. Ya en el aire, alcanza una gran velocidad. A más velocidad mayor será el “retraso”. De hecho, si se pudieran alcanzar velocidades próximas a la de la luz, la diferencia podría ser de años. Conociendo la diferencia de tiempos, y suponiendo que el viajero recorre el espacio a una velocidad constante, gracias a una de las ecuaciones de las llamadas Transformaciones de Lorentz, podríamos conocer la velocidad del viajero.
Ahora bien, Tomás de Erceldonne creía haber pasado una semana en el extraño jardín de la bella “cazadora”. Sin embargo, afirma que en la Tierra habían transcurrido siete años. Si Tomás hubiera accedido a algún lugar en movimiento respecto de la Tierra, podríamos calcular la velocidad a la que el jardín, con todos sus habitantes, se estaba moviendo. Aplicando la transformación temporal de Lorentz obtenemos que esa velocidad habría sido aproximadamente de 299.788,9 km. por segundo. Es decir 0,99 veces la velocidad de la luz, que es aproximadamente de unos 299.790 km. por segundo. ¿Y qué hubiera ocurrido si llegan a alcanzar la velocidad de la luz? Para nosotros, los habitantes de ese lugar serían fotones, partículas de luz. Para ellos, el tiempo se habría detenido. Vivirían en un eterno presente. Respecto de nosotros serían inmortales. Hasta se podría decir que, especulando desde este punto de vista, comerse la manzana de ese mítico jardín sería equivalente a “alcanzar la luz”, el conocimiento, el secreto de la eterna juventud y el dominio del espacio-tiempo.
El Universo como entelequia
La relatividad einsteniana hace de la velocidad de la luz el límite máximo que puede alcanzarse en nuestro Universo; y, sin embargo, en los laboratorios NEC el equipo del Dr. Lijun Wang consiguió acelerar un haz láser hasta 300 veces dicha velocidad. Se podía decir que la luz había llegado a su destino en el experimento antes de haber sido emitida. Una contradicción, o quizá no. ¿Y si la velocidad de la luz constituyera la frontera entre el Universo material y otro de cuya existencia y dimensiones no tenemos percepción alguna? ¿Es ahí adonde fueron el bueno de Tomás y el haz del doctor Lijung?

En el límite de esas regiones, el espacio colapsa sobre sí mismo y los “viajeros” vivirían en un continuo presente. Es realmente un reino de la eterna juventud, donde es concebible hablar a la vez de metafísica, o “parafísica”, término acuñado por Sir Victor Goddard para definir la realidad paralela de la que supuestamente procederían los OVNIs: mundos invisibles para nosotros, pero que si pudieran ser percibidos veríamos que coinciden “espacialmente” e inter penetran el nuestro.
El átomo como vórtice de energía es una piedra fundamental en los postulados de la física hiperdimensional.

A muchos se les habrá ocurrido que Tomás de Erceldonne, como tantos protagonistas de relatos semejantes, pudo ser abducido. Otros quizá se inclinen más por la hipótesis de la intrusión en algún espacio-tiempo distorsionado, como el que se produce en los alrededores de los llamados agujeros negros. No tenemos la respuesta. Pero sí resulta curioso que las entradas a ese mundo mítico, según los relatos, están situadas en puntos concretos del planeta y lleven siempre a dos lugares: a alguna tierra sumergida o más allá del mar.
Puertas interdimensionales
Son muchas las tradiciones que sostienen la existencia efectiva de gentes pertenecientes a una avanzada e inaccesible civilización que gobierna, entre otros lugares, las entrañas de la Tierra: un imperio al que se accedería a través de algunas grutas y cavernas dispersas sobre todo el planeta.
El planeta entero parece surcado por una red energética y telúrica, compuesta de innumerables “líneas ley”, en cuyos nodos o puntos de encuentro suelen darse fenómenos que pertenecerían a los límites de nuestro mundo. Es en esas líneas donde prosperan las historias sobre “apariciones” de seres extraños o de humanos que se han visto transportados al “otro lado”. La mayoría de estos espacios parecen corresponderse con fallas, cavernas y oquedades del terreno, que parecen actuar, quizá por algún extraño fenómeno de resonancia en un espacio “vacío” recubierto de materia densa, como “puertas” dimensionales.
Tomás de Erceldonne, como vimos, entró en ese extraño mundo a través de una gruta. No es, desde luego, un caso único. Si tomamos literalmente el contenido de muchas historias acerca de viajes a un mundo paralelo al nuestro, algunas oquedades del planeta parecen haberse comportado como portales de acceso al otro mundo.

El reverendo Robert Kirk, que en el siglo XVII ejerció como párroco de Aberfoyle, una localidad escocesa próxima a Glasgow, dedicó una famosa obra a los que él llamaba “Subterráneos”: La Comunidad Secreta. En ella expone numerosas tradiciones locales sobre los misteriosos habitantes del submundo y sobre las personas que viajaron a esta misteriosa región.
La noche del 14 de mayo de 1692 Kirk se dirigió a un montículo conocido como Fairy Knowe, precisamente una de esas colinas bajo los cuales, supuestamente, vivían “los subterráneos”. Allí sufrió un ataque de apoplejía. Algunos afirman que en realidad no murió, sino que la tierra se abrió bajo sus pies y fue arrebatado hacia “el otro lado”. Se cuenta también que, poco después de su desaparición, se habría presentado ante un primo suyo para comunicarle que no había muerto, sino que estaba secuestrado, y dándole las instrucciones necesarias para que le liberara un día determinado. Se dice que el día señalado Kirk intentó la fuga, apareció entre los dos mundos en el momento indicado, pero su primo fue incapaz de reaccionar y no se supo más del párroco. Si la leyenda fuese cierta, el reverendo Robert Kirk todavía permanece atrapado en alguna región del espacio-tiempo.
En las tradiciones occidentales, los habitantes de ese ámbito subterráneo al que se accede por algunas aberturas son las hadas y los seres feéricos, las banshees o bean-sidhe, los habitantes de un ámbito subterráneo que, en realidad, no pertenece del todo a este Universo, pero al cual se accede en ciertos puntos de la Tierra; un mundo en realidad muy próximo al nuestro.
En la mitología celta, un pueblo desconocido y superdotado, los Tuatha de Dannann, a quienes se calificó de dioses venidos de misteriosas islas de las que trajeron consigo ciertos objetos mágicos, invadió Irlanda. Sea como fuere, los Tuatha de Dannann, estos poderosos dioses, tuvieron que ocultarse. ¿Dónde lo hicieron? Bajo las colinas, bajo el sidhe, en alguna región donde el tiempo no transcurre como en nuestro mundo y al cual se accede a través de ciertas “puertas”, las mismas a través de las cuales los Tuatha de Dannann pueden regresar a nuestro espacio-tiempo. Es curioso que ese otro mundo no se sitúa en ninguna dirección espacial concreta, sino que se le concibe como sobrepuesto, “adyacente” o paralelo a éste. Los viejos dioses, con la llegada del cristianismo, se habrían ido transformando, en la imaginación de las gentes, en los seres feéricos, los pueblos de las hadas de las leyendas occidentales.

Fuentes, lagos, grutas, oquedades en suma. La entrada al mundo paralelo parece viable en algunos de estos parajes, que más que dar a un espacio subterráneo parecen desembocar en alguna región desconocida, en un mundo adyacente al nuestro.
Pese a que la mayoría de los inmortales chinos se sitúan en islas míticas, en esta cultura se dice que hay otra clase de inmortales, los ti shien terrestres, que abandonan este mundo para penetrar en alguna montaña. Pero nuevamente aquí no se trata tanto de introducirse en un mundo subterráneo como del tránsito a una realidad aparte, cuya entrada sería alguna oquedad en la montaña.
Curiosamente, la mayoría de las leyendas ubican a esos inmortales terrestres allí donde las tradiciones tibetanas sitúan la mítica Shambhalla, un imperio subterráneo, cuyos habitantes formarían parte de una avanzadísima cultura y serían capaces de emerger a voluntad en nuestro mundo si sus intereses lo requieren.

No es una idea nueva. El profesor y físico John A. Wheeler propuso la existencia de un mundo imperceptible para nosotros, compuesto de partículas a las que denomina “geones” y ligadas a la curvatura del espacio que se observa en nuestro Universo atravesado por los agujeros de gusano. Éstos serían “túneles” que se despliegan a través del hiperespacio.
En todo el planeta Tierra
Sea como fuere, Shambhala tiene su equivalente prácticamente en los cinco continentes del globo. Sudamérica cuenta con sus propios relatos acerca de misteriosas ciudades subterráneas, e incluso existen casos de personas que sostienen haber viajado en sus extraños vehículos. Así lo afirman muchos testigos que habitan en la montaña brasileña de Santa Catarina.

En el otro extremo del continente, los esquimales suponen que llevan generaciones conviviendo con los equidneet, la “gente del interior de la Tierra”. También aquí se cuentan cientos de relatos sobre esquimales internados en las grutas de las montañas de Tanana y condenados a vivir para siempre en el mundo de las tribus subterráneas. Idénticas tradiciones tienen los indios mandan, los sioux y otros muchos grupos.
No menos curioso es que los indios se refieran al otro mundo como a la Gran Llanura, tierras de enormes y paradis íacas praderas donde la gente no envejece y tiene todo lo necesario para llevar una vida feliz en un eterno presente. La Gran Llanura, justamente otro de los nombres celtas para denominar a la Tierra de la Eterna Juventud, es un lugar al cual se accede por las oquedades de la tierra.
La leyenda de Loegairé Liban nos relata las aventuras de Loegairé y de sus cincuenta compañeros en la Mag Mell, a la que accedieron a través de un lago. Allí permanecieron un año, hasta que sintieron nostalgia de su tierra. Pero ellos siguieron al pie de la letra las advertencias de las gentes del mundo paralelo y no pisaron el suelo, un detalle que sugiere que no abandonaron el umbral entre los dos mundos. Una vez allí, el padre de Loegairé le pidió que se quedase con él a cambio de su reino. Pero éste se negó y regresó para cantar las bellezas de la Gran Llanura: “¡Qué maravilla, oh Crimthann Cass! Es cerveza lo que cae cuando llueve. Se va de reino en reino… ¡Qué maravilla, oh Crimthann Cass! Fui dueño de la espada azul. ¡Una noche de las noches de los dioses! No la daría por todo tu reino”. Y luego regresó con todos sus hombres al “otro lado”, donde se dice que aún reinaría en el palacio de la Llanura Agradable, disfrutando de un eterno presente.
Francisco Javier Arriés
Fuente: Mystery Planet
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