Un
hombre, casado pocos años atrás, se lamentaba ante el jardinero de las
dificultades en su matrimonio. Al principio todo había ido bien. El primer año
después de la boda los esposos se habían dado todo el amor y la ternura que en
sus tiempos de noviazgo ya habían compartido. Pero, incomprensiblemente, la
relación entre la pareja había ido deteriorándose más tarde hasta llegar a un
punto en que el amor que se profesaban se había convertido en rechazo y
distanciamiento.
-Hay
momentos en que creo que la odio- le dijo el hombre al jardinero-, y creo que
ella también me odia.
-¿Cómo
puede convertirse el amor en odio?- preguntó el jardinero.
El
hombre guardó silencio.
-¿Has
pensado que quizá lo que sentíais no era un amor puro y verdadero, sino
simplemente el sentimiento surgido de la mutua complacencia y gratificación?-
volvió a preguntar.
El
hombre miraba al suelo.
-En
verdad que ahora no lo sé.
Loa
dos hombres paseaban por el camino de los tilos, sobre una alfombra de hojas
rojas que acompañan con su murmullo los silencios de su conversación. El
jardinero insistió en sus preguntas.
-¿Qué
es lo que buscabas cuando te casaste con ella?
-Buscaba
la felicidad- dijo resueltamente el hombre-, y pensaba que la podría encontrar
viviendo con ella.
-Ahí
está el error- dijo el jardinero pausadamente-. Durante los años de noviazgo os
habíais complacido en todo mutuamente, y llegasteis a haceros una imagen
idealizada cada uno del otro. Pensasteis que, una persona con tantas virtudes,
os podría hacer feliz toda la vida, y no quisisteis ver la realidad de que
delante teníais a una persona que no sólo tenía virtudes, sino también
defectos. No quisisteis ver la sombra.
Con
el tiempo, y la convivencia, esa sombra apareció, y ahora os habéis situado en
el lado contrario, en donde solo veis los defectos y no las virtudes.
-Si.
Parece que nos ha ocurrido algo así- dijo el hombre cabizbajo.
-Vuestro
error ha estado en haber buscado la felicidad cada uno fuera de sí mismo, y no
en su propio corazón- continuó el jardinero-. Si hubieras buscado la felicidad
en el mismo sentimiento de amor que llenaba tu corazón, tu amor no habría
estado a expensas de sus virtudes o defectos, sino que habría crecido en
comprensión y ternura hacia las faltas que, como todo ser humano, tiene tu
compañera.
Y
así, os habríais transformado mutuamente uno a otro. No a través de la
exigencia y el reproche, sino a través del amor firmemente instalado en vuestro
pecho.
El
hombre empezó a comprender que quizás había un rayo de esperanza por su
situación.
-Entonces-
dijo -¿qué puedo hacer ahora?
-Busca
la felicidad dentro de ti mismo y no esperes que sea ella la que te la
proporcione, porque a nadie le puedes exigir que te dé lo que tú mismo debes
conquistar. Busca el amor que en un tiempo sentías en tu corazón y encuentra tu
complacencia sólo en él, y no en el amor que ella pueda sentir por ti. Y
absorbe la vida por todos los poros de tu piel, tanto si es plácida y venturosa
como si es dolorosa y triste, porque en la aceptación total de la vida, con sus
días esplendorosos y sus oscuras noches, se encuentra la felicidad que no pasa,
la que está en buen puerto, a resguardo de tormentas y temporales.
-Lo
que me dices no es fácil- dijo el hombre con una triste sonrisa.
El
jardinero se detuvo y le miró con ternura.
-No.
No es nada fácil- respondió serenamente-. Y necesitarás el valor de un guerrero
para alcanzar el premio del torneo de la vida.
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